viernes, 19 de noviembre de 2010

Las vueltas de la vida

Las vueltas de la vida tienen esas cosas. Todos, sin excepción de raza, sexo o clase social, nos enfrentamos en algún momento con ese tipo de situaciones en las que no sólo queremos que nos trague la tierra, sino que además consideramos viable y hasta simpática la opción de ser devorados por algún tipo de dinosaurio prehistórico o de ser secuestrados por vaya a saber qué especie extraterrestre con tal de no estar en ese lugar, a esa hora y en esas circunstancias. Es un momento en el que todo se para, donde ya no importa nada y donde pueden llegar a surgir las peores miserias del ser humano, esas que generalmente están reprimidas, guardadas en algún recóndito escondite de nuestro cuerpo.

Sin embargo, lo curioso de ésto no es el sentimiento que uno padece sino el infinito abanico de situaciones en las que la gente suele sentirse así. Para algunos, un simple encuentro callejero con un ser no deseado y su consiguiente esfuerzo por evitarlo. Para otros, una sencilla y aburrida cena familiar que termina siendo un martirio interminable. En fin, cosas triviales, que significan tan poco para algunos, pueden ser situaciones de vida o muerte para otros. Hasta que a uno no le pasa, ponerse en el lugar del otro es prácticamente imposible. Las vueltas de la vida tienen esas cosas.

Pero todo tiene un lado cruel, y las “vueltas de la vida” no son la excepción. Las necesidades de la gente son tan dispares que a veces se termina generando una rueda tan ilógica como interminable. Como aquel que es feliz porque tiene su primer auto, pero la felicidad le dura poco y nada porque ya quiere uno más nuevo. O aquel que consiguió sacar ese crédito para tener su primer monoambiente, pero que al tiempo de tenerlo se da cuenta que le queda chico y vuelve a estar disconforme. Las vueltas de la vida llevan a cambiar las prioridades, y también los métodos para llegar hacia ellas.

Pero las vueltas de la vida pueden dejar de ser tan curvas y comenzar a enderezarse si estas prioridades dejan de ser tan esenciales, tan vitales y pasan a ser una simple meta, una más entre tantas. Desvivirse por algo que uno quiere, por más grande que parezca, sólo hará que al momento de lograrlo sea una cosa más. Y también está bueno tener algún que otro sueño inalcanzable. Al fin y al cabo y después de todo, ¿a quién no le gusta soñar?