martes, 28 de julio de 2009

Lo loco de caminar

Uno de mis mayores defectos es, quizás, el mal humor. Si bien hay días en los que puedo ser comunicativo y expresivo por demás, existen otros en los que entablar una conversación conmigo puede llegar a ser una tarea digna de un superhéroe.
Sin dudas, éste no era uno de esos días. Porque mientras caminaba por la orilla del mar con las olas haciéndome cosquillas en los pies, entablé una gran charla con la persona que estaba al lado mío. Yo parecía otro, suelto, sin ganas de ponerle fín a esa conversación. Conversación, bah...monólogo quedaría mejor, porque él único que hablaba era yo. Mi acompañante era puro silencio, puro respeto, pura atención.
Lo más sorprendente era la emoción que yo sentía al deslizar las palabras y la profundidad que le imprimía a cada oración. Es que la magnitud de mi confesión era inmensa, nunca le había dicho nada parecido a una persona. Ni siquiera se me había cruzado por la cabeza hacerlo jamás.
Fueron casi dos horas...tres...no tengo idea. Caí en la cuenta del tiempo cuando la playa se transformó en rocas y el mar ya no me hacía cosquillas, sino que me golpeaba violentamente la planta de los pies. Era tiempo de dar la vuelta y regresar por donde habíamos venido. Mi acompañante y yo.
Curiosamente, cuando dí la vuelta para volver, una calurosa ráfaga de viento me despeinó por completo. Fue ahí que me dí cuenta que hacía dos horas...tres...no tengo idea, que estaba hablando solo.

martes, 21 de julio de 2009

Aquella frase

Mientras hacía fuerza para sacarse un resto de huevo del pelo, Andrés Falcone comenzó a pensar que este no era el final que toda su vida había esperado. Desde chiquito había soñado con el momento que ahora estaba protagonizando, y sin embargo, un sabor amargo lo inundaba por completo.
A los 9 años, Andrés había decidido que quería ser arquitecto. En ese momento, sus padres tomaron la iniciativa del pequeño como un juego, como si fuese algo más. Sin embargo, a medida que pasaban los años, el juego comenzó a ser más que eso. A los 14, Andrés ya dibujaba mejor que todos sus hermanos mayores y manejaba términos poco usuales para cualquier chico de su edad. Sus amigos no podían entender como pudiese preferir quedarse dibujando toda una tarde en lugar de salir a hacer ring – raje por el barrio. Es que en realidad nadie lo entendía.
Hoy, a los 26 años y con la última materia aprobada, su sueño se había cumplido. Andrés era oficialmente arquitecto. La meta que se había fijado 15 años atras había sido alcanzada. Pero había algo, un nosequé, que no lo dejaba disfrutar.
Fueron en total 7 años, mil entregas y un millón de horas de estudio, de sacrificio, de dejar todo por la carrera. Y sus primeros años de estudio fueron realmente brillantes. -“Definitivamente nació para esto”, se la escuchaba decir orgullosa a Nelly, su madre, a la hora de referirse a su nene.
Fue precisamente Nelly la primera en saludarlo y abrazarlo cuando salió del pabellón 2 de Ciudad Universitaria. Después, llegarían los demás amigos y familiares, y con ellos todo tipo de productos que terminaron bañando el cuerpo del recién recibido.
Sin embargo, cualquier ajeno que viese ese momento notaría más alegría en el resto de la gente que en el propio Andrés. Porque él no quería que fuese así, que el sueño que persiguió toda su vida tenga un final tan mediocre.
Cuando entró a rendir su último final, tenía tantos nervios que no podía concentrarse en su hoja. Estaba a sólo un examen de conseguirlo, y sin embargo nunca se sintió tan lejos de lograrlo. Contestó el múltiple choice con lo poco que se acordaba (había preparado ese examen durante un mes y sin embargo su mente parecía bloqueada) y finalmente lo entregó.
La espera posterior fue quizás la más larga de su vida. Fueron dos horas que le parecieron quince, y cuando la decana gritó su apellido se paró con tantas ganas que casi se rompe la cabeza con un armario que estaba encima de él.
-“Bueno, bueno, Falcone, digamos que aprobó ahí nomás, con un poquito de suerte”, deslizó la colegiada mientras le entregaba a Andrés la hoja que sentenciaba que finalmente era un arquitecto. Eso fue lo que marcó su inconformismo, esa frase, la que quedará grabada en su cabeza para siempre.
“¡Vieja hija de puta! ¡Narigona de mierda! ¿Aprobó de suerte me viene a decir? Le dediqué toda mi vida a esto y me viene a decir que es por la suerte”, pensaba Andrés mientras un litro de líquido de frenos que le había tirado su amigo Walter le caía de la cabeza…
Una simple frase le había quitado a Andrés la felicidad por haberlo conseguido y, a pesar de que el objetivo ya estaba consumado, nunca se había sentido tan vacío en su vida. Sentía que iba a sentirse así por mucho tiempo.
Mientras salía de Ciudad Universitaria rumbo a un Restaurant de Puerto Madero donde continuarían los festejos, Andrés miró hacia la ventana del aula en la que había estado rindiendo tres horas antes y pensaba en la decana que le había entregado el examen. Poco le importaba el esfuerzo que había hecho, poco le importaba la alegría de sus familiares y menos todavía le importaba Puerto Madero y los festejos. Lo único que sabía era que jamás iba a poder sacar de su cabeza esa imagen. La imagen de la mujer que le había arruinado el resto de su vida.

domingo, 19 de julio de 2009

SUEÑOS (gustitos que uno se da...)

El trigésimo sexto intento no corrió mejor suerte que los anteriores. Ramiro ya no sabía qué más hacer para conseguirlo. Pese a eso, continuaba intentando una y otra vez, en busca de alcanzar eso que siempre quiso, eso que venía persiguiendo desde que tenía uso de razón, ese tan ansiado objetivo .
Sus padres, resignados, no encontraban la forma de hacerle entender a su primogénito que esa meta que tanto deseaba era algo imposible de conseguir para cualquier ser humano común y corriente.
Lo cierto es que Ramiro ya no vivía su vida normal. Las rutinarias tardes en lo de Walter jugando al dominó, los aburridos domingos en lo de su abuela, las mateadas de los sábados con sus primos, las interminables noches de truco con su padre...todo había quedado en el olvido para él. Su existencia se basaba, pura y exclusivamente, en lograr su cometido.
Fue un jueves por la noche, cuando Ramiro, plagado de moretones y cicatrices producto de sus fallidos intentos, decidió descansar un rato. Después de todo, un par de horas de sueño no le vendrían mal para recobrar fuerzas y poder así continuar con su osadía a la mañana siguiente.
Sintió que no había terminado de cerrar los ojos, cuando se sumergió en un paisaje muy extraño, pero no por eso desagradable. Sentía que podía rozar las nubes, posarse juntos a los benteveos en las copas de los árboles, esquivar algún desprevenido helicóptero y mirar a la gente común desde una vista distinta, como si estuviese....como si por fín lo hubiese logrado...esa meta tan esperada...
Sus ojos se abrieron, apenas tres minutos habían pasado desde que los había cerrado. Su cara irradiaba felicidad. Lo había logrado, poco le importaba que haya sido un sueño, él finalmente lo había conseguido. Ramiro había volado...

viernes, 10 de julio de 2009

Entre la admiración y el odio


Con tal sólo quince años, José Luis Félix Chilavert González debutó en la Primera División del fútbol paraguayo, defendiendo los colores del Sportivo Luqueño, club del cual era hincha desde que nació.

Dueño de un físico privilegiado, ese "chiquilín" acaparó las miradas de propios y ajenos, sobresaliendo en cada presentación de su equipo.

Hoy, 29 años después de aquel debut, su realidad es completamente distinta: está excedido de peso, retirado del fútbol y dedicado a los negocios agrícolas. Sin embargo, sigue manteniendo la misma personalidad que lo llevó a ganar todo lo que se propuso en el fútbol: torneos argentinos, Copa Interamericana, Supercopa, Recopa, Libertadores e Intercontinental, jugando para el equipo que más lo representa, Vélez Sarsfield.

Fue en Vélez donde alcanzó la gloria que lo llevó a jugar en la selección de su país, con la cual disputó los Mundiales de 1998 y 2002. A la par de estos logros deportivos, el paraguayo cosechó varios "enemigos" en el ambiente, tanto por su avasallante forma de manejarse dentro de la cancha, como por sus filosas declaraciones fuera de la misma.

Como prueba de ello, en su debut en el fútbol argentino y jugando para San Lorenzo, Chilavert irritó al propio Claudio Marangoni diciéndole "algo" que el ex-jugador de Independiente nunca quiso revelar. Ese fue el primer enfrentamiento del arquero, quien eligió el camino de la confrontación para hacerse valer en la Argentina. "Yo siento que hay gente que no puede soportar que me vaya bien", fue una de sus frases de cabecera para justificar sus reiteradas peleas.

Oscar Ruggeri, Marcelo Gallardo y hasta Diego Maradona fueron algunos de sus "enemigos de turno", pero Chilavert siempre justificó sus declaraciones dentro de la cancha, ganando todo lo que jugaba y también convirtiéndose, con 62 goles, en el arquero con más tantos convertidos en la historia del fútbol, aunque después ese récord sería superado por el brasileño Rogerio Ceni.

En sus mejores tiempos, al paraguayo se lo escuchaba decir: "Soy el mejor del planeta, sin dudas, y no sólo lo digo lo digo yo sino que lo dice el mundo entero".

En 1996 fue considerado "Mejor Jugador de América" por el diario El País de Montevideo y, ese mismo año, la International Federation of Football and Statics (IHHFS) lo declaró como "El Mejor Arquero del Mundo".

Aparte de los clubes mencionados, Chilavert jugó en Guaraní, Zaragoza y Racing de Estrasburgo, aunque eligió volver a Argentina para retirarse en Vélez en 2004.

La conquista de la Copa Libertadores en 1994, donde fue decisivo en la última serie de penales en el Estadio Morumbí, la tarde que le convirtió dos goles (uno de tiro libre y uno de penal) a Navarro Montoya y el recordado gol al "Mono" Burgos desde más de 60 metros, son los momentos más recordados del paraguayo en Argentina, aunque esos momentos quedaron en el pasado para él. "Tuve una exitosa carrera como futbolista pero ahora me dedico a otra cosa, soy un empresario del campo", se lo escuchó declarar el año pasado en la televisión argentina.

Lo que pocos saben es que, detrás de la soberbia y de esa cara de pocos amigos, se esconde un lado humilde y bondadoso: "No aguanto más ver que los grandes monopolios se queden con las riquezas naturales y que la gente sea pobre y no tenga para comer", admite el paraguayo, quien desde hace muchos años brinda ayuda económica a fundaciones de chicos carenciados de su país.

Amado por unos, odiado por otros, el paraguayo es sin dudas uno de los mejores arqueros de la historia del fútbol mundial y quedará grabado para siempre en la memoria de todos aquellos que alguna vez lo vieron en acción.