martes, 21 de julio de 2009

Aquella frase

Mientras hacía fuerza para sacarse un resto de huevo del pelo, Andrés Falcone comenzó a pensar que este no era el final que toda su vida había esperado. Desde chiquito había soñado con el momento que ahora estaba protagonizando, y sin embargo, un sabor amargo lo inundaba por completo.
A los 9 años, Andrés había decidido que quería ser arquitecto. En ese momento, sus padres tomaron la iniciativa del pequeño como un juego, como si fuese algo más. Sin embargo, a medida que pasaban los años, el juego comenzó a ser más que eso. A los 14, Andrés ya dibujaba mejor que todos sus hermanos mayores y manejaba términos poco usuales para cualquier chico de su edad. Sus amigos no podían entender como pudiese preferir quedarse dibujando toda una tarde en lugar de salir a hacer ring – raje por el barrio. Es que en realidad nadie lo entendía.
Hoy, a los 26 años y con la última materia aprobada, su sueño se había cumplido. Andrés era oficialmente arquitecto. La meta que se había fijado 15 años atras había sido alcanzada. Pero había algo, un nosequé, que no lo dejaba disfrutar.
Fueron en total 7 años, mil entregas y un millón de horas de estudio, de sacrificio, de dejar todo por la carrera. Y sus primeros años de estudio fueron realmente brillantes. -“Definitivamente nació para esto”, se la escuchaba decir orgullosa a Nelly, su madre, a la hora de referirse a su nene.
Fue precisamente Nelly la primera en saludarlo y abrazarlo cuando salió del pabellón 2 de Ciudad Universitaria. Después, llegarían los demás amigos y familiares, y con ellos todo tipo de productos que terminaron bañando el cuerpo del recién recibido.
Sin embargo, cualquier ajeno que viese ese momento notaría más alegría en el resto de la gente que en el propio Andrés. Porque él no quería que fuese así, que el sueño que persiguió toda su vida tenga un final tan mediocre.
Cuando entró a rendir su último final, tenía tantos nervios que no podía concentrarse en su hoja. Estaba a sólo un examen de conseguirlo, y sin embargo nunca se sintió tan lejos de lograrlo. Contestó el múltiple choice con lo poco que se acordaba (había preparado ese examen durante un mes y sin embargo su mente parecía bloqueada) y finalmente lo entregó.
La espera posterior fue quizás la más larga de su vida. Fueron dos horas que le parecieron quince, y cuando la decana gritó su apellido se paró con tantas ganas que casi se rompe la cabeza con un armario que estaba encima de él.
-“Bueno, bueno, Falcone, digamos que aprobó ahí nomás, con un poquito de suerte”, deslizó la colegiada mientras le entregaba a Andrés la hoja que sentenciaba que finalmente era un arquitecto. Eso fue lo que marcó su inconformismo, esa frase, la que quedará grabada en su cabeza para siempre.
“¡Vieja hija de puta! ¡Narigona de mierda! ¿Aprobó de suerte me viene a decir? Le dediqué toda mi vida a esto y me viene a decir que es por la suerte”, pensaba Andrés mientras un litro de líquido de frenos que le había tirado su amigo Walter le caía de la cabeza…
Una simple frase le había quitado a Andrés la felicidad por haberlo conseguido y, a pesar de que el objetivo ya estaba consumado, nunca se había sentido tan vacío en su vida. Sentía que iba a sentirse así por mucho tiempo.
Mientras salía de Ciudad Universitaria rumbo a un Restaurant de Puerto Madero donde continuarían los festejos, Andrés miró hacia la ventana del aula en la que había estado rindiendo tres horas antes y pensaba en la decana que le había entregado el examen. Poco le importaba el esfuerzo que había hecho, poco le importaba la alegría de sus familiares y menos todavía le importaba Puerto Madero y los festejos. Lo único que sabía era que jamás iba a poder sacar de su cabeza esa imagen. La imagen de la mujer que le había arruinado el resto de su vida.

1 comentario: