lunes, 5 de julio de 2010

Naranjazo


A cualquier fanático del fútbol se le habrá venido a la cabeza aquel 16 de julio de 1950, cuando Uruguay sorprendió al mundo entero y derrotó a Brasil en la final del Mundial en su casa, ante más de cien mil hinchas verdeamarelhos, gestando lo que luego se conocería popularmente como Maracanazo.
Brasil llegaba al partido de cuartos de final frente a Holanda como gran favorito, habiendo aplastado al Chile de Bielsa en octavos y con el equilibrio justo de un ataque implacable y una defensa más que segura. Enfrente, los holandeses llegaban de punto y con muy poco que perder, sabiendo que enfrente estaba el gran candidato de siempre.
Lo cierto es que después de un primer tiempo que sirvió sólo para confirmar lo que se preveía (terminó 1 a 0 para Brasil con ratos de baile), Holanda creció y terminó dando vuelta el partido y desnudando las peores falencias técnicas y emocionales de un Brasil impotente (terminó con uno menos y pegando a mansalva) que tuvo que volverse a casa mucho antes de lo previsto. En fin, un auténtico Naranjazo.
El equipo de Dunga tuvo un primer tiempo excelente. Mucho toque en el mediocampo, velocidad en la delantera y firmeza en la defensa para despejar algún que otro aislado pelotazo holandés. Un Robinho movedizo, siempre sutil y con la precisión y velocidad como bandera, hizo que Brasil muestre lo mejor de su repertorio. Precisamente él fue quien abrió el marcador definiendo sobre la salida del arquero tras un exquisito pase entre líneas de Felipe Melo. Con la ventaja, los holandeses se desesperaron y eso agrandó aún más a Brasil, que por momentos bailó a los europeos. Sin embargo, la superioridad en el juego no se plasmó en el resultado: un mentiroso 1 a 0 para ir al descanso.
Sólo los jugadores holandeses sabrán qué les habrá dicho su técnico, Bert Van Marwijk, en el vestuario, pero Holanda volvió a la cancha con otra actitud y dispuesto a hacer historia. El encargado de escribirla iba a ser nada menos que Wesley Sneijder, campeón de la Champions con el Inter, que primero mandó un centro envenenado que Felipe Melo (sí, el mismo del pase magistral en el gol brasileño) peinó contra su propio arco y luego cabeceó en el borde área chica un centro de Robben que había sido peinado por Kuyt. Sneijder se ponía el traje de héroe, y no se lo iba a sacar más.
A partir de ese momento, se vio lo mejor de uno y lo peor de otro. Holanda, con la tranquilidad de la ventaja, esperaba atrás y preocupaba con la contra. Brasil, con más vergüenza que otra cosa, iba como podía, pero la precisión y el toque del primer tiempo parecía haberlos dejado en el vestuario. Así las cosas, los sudamericanos se desesperaron, comenzaron a pegar demasiado y terminaron con uno menos por la expulsión de Melo (¡Sí, el mismo del pase milímetrico!). Holanda, por su parte, sólo dejó correr el tiempo para consumar la epopeya.
El Naranjazo era una realidad. Holanda está en semifinales y buscará en Sudáfrica acabar con el mito de que juega lindo pero no gana nada. Los jugadores brasileños, por su parte, ya volvieron a su país, donde tuvieron un recibimiento más que hostil por parte de la afición que soñaba con el Hexacampeonato. El único que no arribó con la delegación fue Dunga, que renunció apenas finalizado el partido y prefirió no cruzarse con la multitud sabiendo que sería el principal blanco de los insultos.
Otro dato: en Argentina hubo bocinazos y festejos desmedidos por la eliminación brasileña. Teniendo en cuenta lo que pasaría un día después, se ve que los argentinos no aprendemos más. No hay que festejar antes de tiempo, muchachos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario