miércoles, 5 de mayo de 2010

De pie



Los aplausos del final, fundidos entre las lágrimas de los jugadores, que dejaron la cancha con una rara mezcla de bronca, resignación y orgullo, son la perfecta síntesis de lo que pasó anoche en el estadio José Amalfitani, donde Vélez no pudo dar vuelta la serie a pesar de haber ganado 2 a 0 y quedó eliminado de la Copa Libertadores de América ante las Chivas de Guadalajara.
El durísimo 3-0 en contra que sufrió el equipo de Gareca en México lo obligaba a salir a atacar desde el minuto 0. Y así fue. Acompañados por una multitud que les brindó un recibimiento extraordinario, los jugadores de Vélez salieron decididos a llevarse por delante a su rival. Con ese ímpetu, el primer gol se hizo esperar sólo tres minutos, momento en el que Santiago Silva abrió el marcador con un perfecto cabezazo.
A partir de ese momento y hasta el último minuto del partido, hubo un sólo equipo en la cancha. O mejor dicho, un equipo y un arquero. Porque si hubo un responsable de que las Chivas pasen a cuartos, ese es sin dudas Liborio Sánchez, quien se encargó de tapar todo lo que le vino, sobre todo en el primer tiempo. Ya sea por arriba, por abajo, con los pies, con las manos y hasta con la cara, tras una tijera en al área chica de Otamendi, el guardametas supo sacar, fácil, seis o siete chances claras de gol. Además, se encargó también de hacer tiempo en cada saque de meta y hacerse el lesionado en tres ocasiones para enfriar el partido y darle un poco de aire a su hostigado equipo, que no encontraba la forma de parar al Fortín.
En el segundo tiempo, Vélez perdió claridad y se repitió en centros hacia sus torres, que buscaron desesperados la forma de vulnerar el arco visitante, que parecía cerrado con candado desde aquel gol tempranero de Silva. Cuando todo parecía perdido y sólo quedaba un minuto del tiempo reglamentario, el eterno Rolando Zárate se aprovechó del único error de Sánchez en el partido y puso el segundo, justo cuando el árbitro marcaba que se jugarían cuatro minutos más.
En ese lapso, eterno para los visitantes, los centros llegaron de todos lados y parecía que algún rebote iba a jugar a favor del local, pero eso no ocurrió y el pitazo final del árbitro sentenció la historia.
La imagen del final fue conmovedora. El público aplaudió y premió a un equipo que mereció mucho más. Las lágrimas de Zárate, Otamendi y Somoza, la impotencia de Silva, el dolor de Domínguez y la desazón de Cubero, que terminó tirándole su remera a la platea, son el fiel reflejo de un conjunto que cayó de pie, como pocos equipos (sobre todo los argentinos) saben hacerlo. Los grandes son los que ganan, pero también los que saben perder, y anoche Vélez volvió a demostrar su grandeza. Una grandeza para aplaudir de pie.

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