lunes, 5 de abril de 2010

Para el Turco no hay neblina


El pitazo sonó y la victoria de su equipo era un hecho. Trabajada, costosa y demasiado importante. Sus jugadores, abrazados en la mitad de la cancha, desbordaban de felicidad. Pero él no pudo contenerse y rompió en llanto. Esos llantos que sólo los hombres pueden brindar.
Omar Andrés Asad asumió la dirección técnica de Godoy Cruz con un único objetivo: evitar el descenso y la promoción. Hoy, con 12 fechas disputadas, ese mismo equipo que fue armado para salir de la zona roja es el único escolta del puntero Independiente.
Pero la victoria de ayer no fue una más para el ex delantero. Porque enfrente estaba Vélez, su Vélez. Ese club en el que se formó, debutó y se consagró como jugador. Aquel mismo que le abrió las puertas para dirigir a sus divisiones inferiores cuando, tempranamente, su rodilla dijo basta y no pudo jugar más. Ese club que lo llevó a la gloria en 1994, cuando un gol suyo en la final ante el poderoso Milan le dio el título Intercontinental, máximo logro de la institución y envidia de muchos.
Por eso las lágrimas. Por eso la emoción, o mejor dicho, la mezcla de emociones. Por un lado, la tristeza de vencer al club de sus amores, por el otro, la inmensa alegría de mantenerse ahí, pisándole los talones al equipo del Tolo Gallego. Porque Godoy Cruz ya dejó de ser una revelación para pasar a ser un equipo en serio, que mete cuando tiene que meter, juega cuando tiene que jugar y regula cuando tiene que hacerlo. Por todos estos motivos, la gente tiene con qué ilusionarse.
Claro que, más allá de todos los méritos que pueda hacer el equipo mendocino, arriba tiene a un conjunto que parece no querer dar el brazo a torcer. No juega lindo, es cierto. No deslumbra, es verdad. Pero es sólido, muy sólido. Y muchas veces parece que hacerle un gol es una tarea imposible. Porque tiene al mejor arquero y jugador del torneo, Adrian Gabbarini, que una vez más demostró toda su capacidad cerrando su arco cuando Arsenal se venía con todo. Porque si se lesiona una de sus figuras, como Darío Gandín, aparece Leonel Nuñez y clava un zapatazo descomunal que termina por sentenciar el partido. Y también porque tiene a un técnico que, más allá del show mediático que suele brindar fecha tras fecha, sabe lo que hace y tiene en sus espaldas el respaldo de todos los títulos que obtuvo como entrenador.

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